Ferias Agridulces. Una aventura sabatina. *
Desde
que salí, esta mañana, de la feria de vegetales –no logro recordar su nombre –
y creo que es una especie de amnesia selectiva la que estoy padeciendo, he
estado tratando de ordenar mis emociones y pensamientos que se me juntaron y
revolvieron hoy.
Una vez
al mes, en el parque los Caobos, en Caracas, hacen una feria conuquera
agrocomunitaria, no recordé el nombre, no, lo busqué en las publicidades para
ser más precisa. Decidí ir hoy, primer fin de semana de abril a ver que tal era
pues varios conocidos vegetarianos me contaron maravillas y yo necesitaba ver
por mis propios ojos lo que podría encontrarme allá.
Me fui
bastante temprano aun cuando en todas las publicidades que conseguí decía que
comenzaba a las nueve de la mañana y yo no termino de conocer mi país y a mis
coterráneos –vaya palabra ¿eh? – llegué a las ocho y algo, y ya estaba lleno de
gente por todos lados y toda la gente en el nuevo deporte favorito venezolano:
haciendo cola. Cola para comprar jengibre, cola para absolutamente todo.
Bueno, respiré profundo con altos grados de
resignación, y me fui a ver dónde era la cola para los vegetales, que,
honestidad total se veían hermosos –acababa de llegar un camión con varios
guacales de plástico – con las zanahorias más hermosas que he visto en años, es
más me atrevo a afirmar sin que me quede nada por dentro que las zanahorias que
llevaron estaban más hermosas que las que he visto en el páramo de Mérida: bellísimas.
Con sus hojas y todo, se veían de película. Se me hizo la boca agua al verlas y
al imaginar la cantidad de guisos deliciosos que iba a poder hacer, además que
el precio era una maravilla, el mega manojo de zanahorias a 600,00 bs cuando en
el supermercado están a mil el kilo y arrugadas y pequeñitas con las puntas
ennegrecidas. Parecía un sueño lindo, pero resulta que me tocó el número 100 en
la cola para comprar vegetales. Estuve a punto de descorazonarme, es más hasta
oí como sonaban los discos de acetato cuando se rayaban, pero, me conseguí a un
muchacho que conozco desde hace tiempo de la universidad, y me dijo que no me
preocupara que seguro más tarde – dimensión de tiempo tropical indefinido
venezolano – venía otro camión pues les falló el transporte y que los vegetales
eran suficientes para todo el mundo…bueno sin duda suficientes para todo el
mundo que tenía los números hasta el treinta, porque ya después no quedaba
mucho y por supuesto las hermosas zanahorias se terminaron de primeras. A mi
buen conocido, le compré una lindura de cesta que hizo de papel reciclado donde
guardé el jengibre y la cúrcuma que compré más adelante.
De todas
maneras, mientras hacia la cola y guardaba la esperanza que iba a poder comprar
vegetales, me dediqué a mirar los puestos de ventas, y me maravilló el ingenio
humano. Había un sitio donde tenían
jabones, desodorantes, champuses artesanales, a precios insisto razonables.
También conseguí todo tiempo de yerbas medicinales, frescas para secar en la
casa, o deshidratadas con procesos artesanales y caseros, había matas
ornamentales – compré un lindísimo geranio blanco– y plantas medicinales y
frutales para sembrar en la casa. Muchos lugares donde comer todo vegetariano.
Variedades de arepas y ninguna del tradicional maíz, todas de algo: plátano,
batata, apio, cualquier cosa menos maíz, se veían deliciosas y me hice la nota
mental que para el próximo mes me iría sin desayunar para probar algo de eso
pues la gente lo comía con mucho entusiasmo y deleite. Quise comprar una
infusión con mango, jengibre y malojillo, pero estaba endulzado con azúcar, me
sonó incongruente pues todos los productos estaban endulzados con estevia,
justamente para mostrar que se puede usar otro endulzante que no sea azúcar.
En
fin, que la feria de hoy me gustó por todas las cosas que están haciendo para paliar
la crisis que vive el país, que el ingenio humano se destaca y se amolda a los
tiempos difíciles y eso me genera una sensación de bienestar, de fe en la
humanidad, pero me deja un sabor agrio en la boca, y un susto en el estómago
pues me parece que nos estamos adaptando y que estamos mutando hacia algo que
ciertamente no sé qué es. Tal vez, pero
solo tal vez, es el vislumbre de una sociedad más sana y más preocupada por el
bienestar de sus congéneres, en las que prescindiremos de químicos y fármacos –había
muchas plantas medicinales, cosa que reconozco buena, siempre me han gustado y
las he preferido – y la amable camaradería que reinaba todo el mundo sonreía, y
tenía palabras amables para quienes le rodeaban, no había mucho estrés, la
gente se veía relajada, pero, me vale preguntarme ¿no será que simplemente nos
estamos adaptando a lo que no está bien? ¿será que estamos buscando salidas y
alternativas para simplemente sobrevivir? Bien dice Krishnamurti que “no es
saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma” y vaya que
está enferma la sociedad en la que estamos viviendo, si se han vuelto comunes los linchamientos y niñas de 8 años quieren ser “malandras”, en zonas de Caracas hay delincuentes que imponen el "toque de queda", definitivamente que hay
algo que está muy mal, que la sociedad está profundamente enferma y nosotros
nos estamos adaptando a ella.
Y afirmo esto con base en todo lo que he narrado más
arriba. Como decimos nosotros en Venezuela: le hemos dado la vuelta y seguimos
aplicando la máxima filosófica del sabio de los años 90 del siglo XX, don
Eudomar Santos de Por estas calles: “como vaya viniendo vamos viendo”. Y es que
el problema de adaptarse y paliar la situación que se vive no nos da el empuje
para cambiar las cosas, para mejorar el sistema, para retomar el siglo XXI que
se nos perdió hace ya más de una década.
Debo
rescatar lo bueno de la feria, a pesar del agridulce que siento: solidaridad, ingenio,
capacidad de colaborar, se traduce en esperanza si, y solo si, no olvidamos que aunque con iniciativas así hayamos
resuelto problemas básicos, y tengamos apariencia de estar bien, siempre
podemos estar mejor, y que lo natural es bueno pero tenemos derecho a conseguir
alimentos procesados y medicinas elaboradas.
* He cedido derechos a Editorial Portaluz de publicar esta crónica.
* He cedido derechos a Editorial Portaluz de publicar esta crónica.
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