El palacio presidencial en Port-au-Prince
Me resulta sumamente extraño, intentar ser cronista de mis propias aventuras y desfasarme en el tiempo, ya hace cuatro meses que estuve en Haití y no relaté mi viaje y no sólo eso, sino que ya he regresado de México, entonces, me pregunto ahora, ¿Cuál será el que quiero contar? No quisiera dejar Haití de lado, pues fue una experiencia fuera de serie, sin embargo fue una historia triste por la realidad socio política que vive ese pequeño país tan lejos y tan cerca de nosotros. Solo diré por el momento que nada en la vida me había preparado para lo que vi allá en una breve semana que pasé.
También es importante añadir, que siento mucho no poder contar algo divertido, o un canto de esperanza, pero por supuesto siempre hubo pequeños detalles en medio de todo. Así empezaré por las anécdotas que me parecieron las más divertidas para luego otros detalles que ensombrecieron mis días allá. Claro que, no puedo no contar que conocí a un Colombiano que dos días mas tarde anunciara con bombos y platillos nuestra boda en Panamá, y se retractase (a Dios gracias) media hora más tarde, también conocí a un particular personaje, el Profe, colombiano también, quien guardaba su dinero en sus calzones, y valga la pena la anécdota que estábamos en un restaurante, muy fifirisnay de Port-au-Prince, y a la hora de pagar, yo que estaba sentada al lado del Profe, lo veo todo afanado buscando entre sus pantalones, y con cierto nerviosismo, sinceramente pensé que se le había perdido el pirulín pero ni de santa casualidad iba yo a preguntar cual era el problema, hasta que el Colombiano le preguntó discreta o indiscretamente no se yo la verdad, que, que necesitaba a lo que yo le respondí que antes que nada, lo que necesitaba el Profe era privacidad…en Port-au-Prince, no podíamos salir solos, por el tema de la inseguridad, pero, el día de mi ponencia, esto fue un miércoles, en la tarde, decidimos el grupo latino, los dos colombianos, un mexicano y yo, regresar al hotel caminando…porque decidimos que era imposible irse de Haití sin haber aunque sea recorrido un par de calles…. Mamma mía, dicen en mi pueblo, que Dios protege al inocente, a lo que yo le añado y a los locos también, porque sinceramente no se que pensaba yo cuando me uní a la gran aventura de caminar por esas calles olvidadas de Dios y de los hombres…tuvimos mucha suerte pues cuando de la Ecole nos vieron salir caminando (la ecole es la facultad donde estábamos) un Profe haitiano, decidió amablemente venirse caminando con nosotros, y yo lo agradecí profundamente porque sobre todo lo que le preocupó a él fue mi seguridad…y siempre estuvo pendiente de mi, ciertamente hubo un episodio cuando pasamos por una plaza, y quisimos sacar una foto de la estatua de Petion un grupo de malandrines adolescentes se nos vinieron encima gritándonos que no podíamos hacer eso porque Petion era de ellos…y mas o menos me asusté pero no me preocupé, la preocupación vino fue cuando cruzamos un puente y toda la gente se volteó a vernos y se hizo como un vacío de silencio y el haitiano apretó el paso y me agarró de un brazo, de paso, oí como muy disimuladamente el Colombiano le dijo al Profe: solo a nosotros se nos ocurre venirnos con la mona esta….claro, que mi preocupación fue más por como lograba yo mentarle la madre al colombiano sin que se pusiera bravo conmigo (estaba varada en Haití hasta el domingo y todo el mundo se iba el sábado menos el Colombiano y yo, y luego una viejita sui generis argentina) por decirme mona, pensaba yo, mas mona será su abuela no? Pero resulta que ahí recordé que en Colombia le dicen monos a los catires, como en México les dicen güeros…y también me dijeron güera, pero esto ya les contaré más adelante.
Bueno, sobrevivimos la caminata al hotel, pero lo que vimos en esas calles, a veces quisiera no haberlo visto, desde gente que nace, crece se reproduce y muere, hasta sitios donde muy probablemente hasta un cadáver había… las funerarias en Haití son privadas igual que aquí y quien no tiene para pagar, deja su difunto en la calle…los niñitos y las mujeres se veían igual que en las fotos que uno ve sobre África y cree que no le aplican a uno…están tan lejos…pero, sin darnos cuenta, y sin querer, tenemos nuestro pedacito de África a no mas de cuatro horas de viaje…realmente deprimente. Mi estancia en Haití fue increíblemente extraña, porque de la sensación de abatimiento de los tiempos caribeños, a saber que podía volver al primer mundo, si, tal como lo leyeron, estando allá, sentía que Venezuela era un país absolutamente primer mundista y desarrollado, claro hasta que tuve que ir a Plaza Venezuela en Diciembre pero esto es otra historia.
La sensación que leía en los ojos de los colegas haitianos era una desesperanza resignada, de sentirse que estaban presos ahí y que no había salida posible, cansancio, y aislamiento. Los jóvenes, es decir, los estudiantes, si tenían mas chispa, mas ilusión pero, los mayores, incluso en el caminar se les veía agotamiento, y ciertamente es fácil de entender, todo es tan absolutamente difícil allá…si uno se enferma tiene que salir a caminar las calles hasta que consigue una suerte de triángulo en el que cuelgan papeletas con las medicinas porque todo es tan caro, que no se puede comprar una caja entera de medicinas, y absolutamente todo se consigue en las calles… Otra cosa es la percepción del tiempo y del espacio, allá el tiempo transcurre en modo caribeño es decir, tan despacio que uno al principio se desespera pero después de tres días también se entra en una inercia relajada donde nada importa.
Pero no es que nada importa y no se dan mala vida y siguen alegres y felices no, ellos no hacen un chiste de un mal momento como lo hacemos aquí en Venezuela, no, son personas tristes, que no llevan el orgullo en la mirada, ni en el caminar, sobre sus hombros pesa el desamparo de malas administraciones, de un Estado Democrático fallido, del fracaso de las Instituciones y del continuo estado de violencia en el que viven, en que están los cuerpos de paz allí, silenciosos pero ruidosamente presentes en sus tanquetas, con las ametralladoras en la mano, y una salvaje mirada de odio a quien ose mirarles a los ojos, cascos azules que disparan primero y preguntan después…la vida, nuestro mas valioso haber, no esta garantizada, y la vida de un ser humano allá no vale mas que la de un perro, porque finalmente en la calle queda igualmente tirado.
Duro ¿verdad? Increíblemente duro, la sensación de estar allí, y ver eso, y sentir eso dolía tan profundamente, no se si era en el corazón en el estomago o en la garganta, solo se, que de tanto aguantar las ganas de llorar de desesperación me dolía la garganta y el paso se me hacía igual de lento que mis colegas haitianas…además veía ese valor que tienen para seguir luchando, aun cuando pueden sospechar que es una lucha inútil, conducente a nada, al mismo callejón sin salida, conformado por un pequeño trozo de isla donde el 98 % de la capa vegetal se ha perdido, donde los ríos están contaminados, y donde para 8 millones de habitantes hay 4mil efectivos de policía, donde, me explicaron muy amablemente para que no repitiera mi fabulosa hazaña, que allá, no te matan porque simplemente no les da la gana.
Y bueno, a estas alturas la pregunta no se hace esperar: ¿Qué me gustó de Haiti? La respuesta no tarda en aflorar la calidez de las personas de ojos tristes, el cariño y la amabilidad con la que nos trataron, nos llevaron a los mejores sitios nos dieron lo mejor y por supuesto ese recuerdo quedará grabado junto a los otros en mi corazón.
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